1985

El Viento

El Viento

Camino a casa, piso toda la arena que está a mi alrededor. Es el pasillo lleno de arena fina que da hacia ella, mi casa, lugar de inagotables esperas. Espero solo al viento, el que me llena de presencias, el que juega con mi piel, con mis cabellos, el que me hace reír, correr; y ahora no llega, se debe haber encontrado con otra piel, quizás más suave, más juguetona o de repente quiere estar solo, y yo como siempre no lo acepto, pero hoy voy a dejarlo quieto, de esta forma, trataré de encontrarme de una vez por todas.

Al día siguiente, después de unas horas de sueño, estoy aquí viéndote a ti, tú que estás leyendo, que lees algo mío y yo te dejo, te nombro y no te conozco. Son solo sueños, sueños que me hacen vibrar, es la vida la que me hace cantar, son mis deseos de salir de este papel, de estar, no como tú, sino como yo, pero fuera. Y este día está el mar pensativo, viéndome caminar de un lado al otro, creo que me entiende, porque me ve fijamente a los ojos y siento que me habla, pero él no sabe que me hago la sorda, la que no quiere nada, por ahora.

Este día esperé la noche, no esperé al viento, solo a la noche, caminé hacia el muelle, vi a las olas golpeando rocas que parecían hombres, mujeres y niños. Las olas dibujaban cada forma y las abrazaba con una sutileza tan bella que provocaba ser una de ellas, para sentir un abrazo, un abrazo fuerte, débil o cómo fuera. Lo importante era ese sentir. Me quedé hasta el amanecer, el oleaje era fuerte, parecía correr la vida junto con el mar, mi vida. La noche estaba temblorosa, pensé en caminar, pero me dio un poco de miedo, todo estaba muy oscuro, negro, la noche gritaba mi ausencia, mi inmovilidad. Yo estuve pensando en lo que habrá detrás de esa oscuridad, detrás de todo lo enigmático, el mar.

Quisiera ser un pez, un coral para estar íntimamente unida a él, el mar. Pero no lo soy. También quisiera poder esconderme como lo hace el viento y perderme, y no hallarme jamás, o encontrarme con la luna, porque con ella se hace la noche más tentadora, entonces me sentaría de nuevo en el muelle, para observarla, dejar que mi mente vuele hacia ella, imaginarme lo prohibitivo, soñar con un alguien, distinto al viento, distinto a ella, distinto a mí. Pero la luna también se ausenta y me deja mirando lo que no existe, lo que creo a fuerza de imaginarlo.

Es el mar, esa agua tan numerosa, tan quizás de nadie, a veces, mía, que me llena de miedo, con sus espumas de colores increíbles, con sus rocas vivientes, con su suavidad con que divisa cada una de las rocas, con sus peces dadores de alimentos a otros seres vivientes, con su belleza de algunas veces, con mis deseos de estar con alguien y observar cada imagen que nace de adentro de mi ser.

Y después, casi siempre regresa el viento cuando se da cuenta que no habrá otra piel que sea de él y estaré yo siempre sentada quizás en el muelle, con miedo, o caminando por el pasillo de arena, o jugando con ella, esperando su encuentro, ya que tu viento me haces sentir cubierta de piel.